22 diciembre, 2006

Deseos, besos

Paco era un buen hombre, de eso no cabía duda. De ese tipo de personas que jamás te detendrías a observar en un metro y que como mayor cualidad siempre se podría decir que siempre pasaba desapercibido.

Las grandes emociones en su vida eran prácticamente inexistentes pero a cambio, quizás por el poco daño que hacía, contaba con el aprecio más o menos sincero de todos los que le rodeaban.

Paco tenía, no obstante, una secreta afición que justificaba de alguna forma muchos de sus oscuros días. Gustaba nuestro personaje de disfrazarse bien fuera de Papá Noel, bien fuese de Rey Mago en los centros comerciales en días navideños para sentirse en forma oculta transmisor de ilusiones y deseos a los niños.

Aprendió Paco de los nervios de los niños, de las manos temblorosas, de las miradas de admiración, respeto y miedo y sobre todo aprendió sobre la ilusión. Los niños se acercaban a Paco como si esa cercanía física fuese la confirmación final de que los anhelos tenían visos de convertirse en gozosas realidades. Paco adivinaba según la mirada de los padres si esos anhelos tenían probabilidades de éxito o si era necesario rebajar aquella pretensión. Fuera como fuese, Paco sentía cómo un ser oscuro, tras una barba y una barriga se podía convertir en el mayor productor de felicidad inmediata.

Un día un niño se acercó, feliz y dicharachero a Paco. ¿Sabes?, dijo el chaval, el año pasado vine y te pedí cosas muy difíciles. Las cumpliste todas!!!!. ¿Ah, si?, dijo Paco orgulloso. Y ¿qué quieres para este año?.

Que tus labios se llenen de besos. Dijo el chaval. Se que cada beso que tu des con tus labios será símbolo de alegría que transmitirás a todos (ah!, y una Playstation, que uno es un chaval)

Así que hoy os pediré a todos que seais un poco Paco y sobre todo que no dejeis de intentar que vuestros labios se llenen de besos. Será la mejor prueba de que sois felices y que no cejais en ese intento.

Felicidades a todos.

Mistery.

19 diciembre, 2006

Air por tierra

La verdad es que en estos últimos tiempos la marca "Madrid" no lo está pasando demasiado bien.

Vale que aquí no haya playa y que como no llueve demasiado el agua que se empieza a tener tenga color de botella de Agua de Solares. Vale que por tierra tanto el señor Manzano como el "chicoodiadoporEspe" se hayan decidido a convertir el suelo de la urbe en un macro parque temático dedicado al queso Gruyere. Vale que nos iremos en el 2012 a celebrar las olimpíadas a Londres (más que nada para no ensuciar los árboles del paseo del Prado de doña Tita). Pero es que para una vez que, dado que por tierra y por mar no nos iba nada bien, nos íbamos a dedicar al aire y se creaba Air Madrid, ésta va y se atasca como si los aviones caminasen por la M30 en hora punta.

Como ya se ha escrito mucho sobre el fiasco poco podría aportar yo desde mi humilde atalaya (atalaya hasta que la Espe o Albertito se dediquen a hacer un túnel bajo ella, claro está). Así que he dedicado mi tiempo de afeitado de esta mañana (probáblemente el único momento del día en el que intento dar trabajo a mi pobre neurona) a pensar en cuánta vida hay detrás de un billete de avión.

Quien más, quien menos, cuando compra algo, compra o necesidad o ilusión. Por supuesto, cuando compras esperas recibir a cambio aquello por lo que has pagado y además lo esperas recibir según lo convenido. En este caso, todas aquellas personas que compraron su billete, esperan se transportados desde el origen al destino con comodidad (jejeje) adecuada, en plazo (jajajaja) adecuado y con las maletas (juas juas juas) acompañándote dócilmente.

Peor el caso de Air Madrid es más complejo. Aquí se junta necesidad e ilusión. Estamos hablando probáblemente de momentos esenciales de vidas de personas. Ilusiones de reencuentro compartidas no sólo por quienes compraron el billete sino por aquellos que esperan la llegada del ser querido. Hay más historias; bodas en las que los novios no han llegado, tesis doctorales que no se han presentado porque el doctorando dormía en un aeropuerto, niños que lloraban porque Papá Noel no iba a saber en qué terminal iban a pasar la noche...

En fin; mil historias detrás de mil billetes. Cuando tú te vas a un sitio, hay un trozo de tu vida que va en ese viaje. Si no puedes ir, tu vida cambia. La patata caliente, díscola ella, sí que vuela de despacho en despacho, de micrófono en micrófono. Lo más doloroso de todo es que de los dramas personales hemos pasado al plano político y ya se sabe; los políticos convierten los problemas de los ciudadanos en armas electorales.

Sed felices, nunca cejeis en ese intento.

Mistery

18 diciembre, 2006

Risto

Decía Aristóteles (alguien a quien universalmente se ha considerado como sabio y no seré yo quien cambie tal idea) que enfadarse en esta vida es sencillo. Lo complicado es enfadarse con la persona adecuada, en el momento adecuado y en el grado adecuado.

Viene a cuento citar al griego tras contemplar ayer en la caja tonta al miembro más famoso de todos los miembros del jurado que la inefable OT haya tenido a lo largo de su procelosa vida. El ínclito y nunca bien ponderado Risto Mejide.

Dejo el espectáculo aparte. Dejo separada también la clara sospecha de que todo está estudiado y me quedo un poco más con el fondo del asunto.

En esta vida, la crítica ha sido siempre motivo de morbo. El "dales caña" ha sido leit motiv en todos los ámbitos, desde las noches de los abrazafarolas de Jose María García en la radio a los días de mitins de Alfonso Guerra en los que daba zapatiesta a diestro y siniestro.

La crítica 'inteligente' conlleva además el sarcasmo. Cierto aire de superioridad hacia el criticado en el que el criticador adopta postura displicente, mira con desprecio a su rival y haciendo gala de acerado sentido del humor no sólo pone mala nota a su trabajo sino que por el mismo precio humilla.

El resultado inmediato es claro. Se produce un triple efecto: por un lado el espectador observa divertido el espectáculo de humillación pública del prójimo, por otro lado el criticado se hunde y pierde confianza en sí mismo, y finalmente, el criticador asciende a los altares del fervor popular como garante no sólo de la sabiduría sino de la pureza de las formas.

Claro, que cuanto más sube en el fervor popular el criticador, más caña se le exige en sus críticas, más ha de imitarse en sí mismo para mejorar su ránking y a la postre deviene en más payaso destructor. Mucho de eso pudimos ver cuando el ya "mito televisivo" Risto intentaba desesperadamente ser cada vez más gracioso y más terrorífico y acabó siendo literalmente un fantoche.

La lástima es que esas actitudes no son exclusivas de los medios públicos. En las oficinas, empresas, grupos, la crítica sarcástica, el aspaviento ante un error ajeno, la contumacia en la humillación son constantes. Los demás suelen contemplar divertidos y los patrones se suelen repetir.

Por eso finalizo mi blog de hoy (prometo intentar ser más constante en mis apariciones) tal y como lo comencé. Es fácil criticar; lo difícil es criticar en el momento adecuado y en el grado adecuado. Lo demás es espectáculo y humillación.

Sed felices, nunca cejeis en ese intento.

Mistery.