10 febrero, 2009

La gaviota

Parecía que la gaviota había quedado bien definida aún a pesar de que las dos alas destacaban mucho más que el cuerpo, pequeño aunque sólido y con forma de bigote.

Unas bombas asesina y cruelmente colocadas en unos trenes hicieron que el vuelo de la gaviota capotara y casi se hundiera incialmente. El bigote había desaparecido o quizás se había mutado de cuerpo en cola y algunos incluso vieron que ese bigote se había transformado en águila o buitre según diera el sol.

El cerebro de la gaviota intentó unir el cuerpo a base de miserias ajenas, tramas ocultas, sangre dolorosa y otros ungüentos que no eran más que parches a la espera de que unas papeletas depositadas en unas urnas sirvieran de pegamento.

Nada de eso sirvió finalmente, porque los que llevaban las papeletas a las urnas tenían idea de que la gaviota no iba a poder volar y que las cejas enarcadas no eran una solución magnífica pero al menos, y sólo en aquellos momentos como desgraciadamente hemos podido comprobar después, había un halo de esperanza en un mensaje de concordia frente a los "zerioz, rezponzablez y hombrez de bien" que machaconamente se repetía desde el otro bando.

La constatación del fracaso rompió definitivamente el cuerpo de la gaviota. Ya no hay bigote, no hay miserias ajenas y no si quiera un hermosa figura conseguida a base de photoshop es capaz de unir aquello que cámaras de espía ocultas, tramas urbanísticas de corrupción o empresas tapadera de corruptelas están encargándose de separar.

Lo peor de todo es que este país necesita a esa gaviota. Se necesita un partido que sirva de balance a una rosa que se marchita a ritmos trepidantes, necesita ideas que presentar a una sociedad que mira al bolsillo con espanto y a los cajeros automáticos con recelo. Y lo necesita aunque no vaya a votar a esa opción, simplemente lo necesita porque las balanzas siempre han sido la mejor solución para muchos problemas.

Sed felices. Nunca cejéis en ese intento.

07 febrero, 2009

Eluana

En Enero de 1992, un terrible accidente de tráfico dejó en coma irreversible a una hermosa joven italiana.

Tras unos años de dura batalla entre la vida y la muerte ésta segunda triunfó de la forma más cruel que conoce; esto es, dejó a la joven en coma irreversible, con daños en la corteza cerebral y sin posibilidad de volver a la vida o no al menos a la vida tal y como la inmensa mayoría de los seres humanos la entendemos.

Los padres de la chica, con el corazón destrozado pero con determinación consecuente, iniciaron los trámites para que su hija y ellos mismos dejaran de sufrir. Pidieron que las máquinas que aún hacen latir un corazón que riega un cuerpo inerte se apagaran para que de ese modo se apagaran a su vez el resto de sufrimientos.

Pero no contaban con el empecinamiento de la iglesia y ahora con la obstinación de ese individuo, por decir algo de él medianamente humano, que dice ser el primer ministro de Italia.

Ahora, el que encumbró al Milán a las cotas más altas del fútbol europeo y a las Mamma Chicho a los altares de los seguidores de las películas de Pajares y Esteso, dice que va a legislar lo que tenga que legislar para que la pobre Eluana, así se llama la chica, continúe con vida.

La Iglesia aplaude la iniciativa y el resto de la humanidad contemplamos esa alianza con estupor, espanto y horror.

Y es que pocos metros más al sur de donde esos acontecimientos se desarrollan, los mismos actores, al menos los que se autodenominan políticos, crean chalets que no son otra cosa que celdas clandestinas fuera de todo control judicial donde interrogan y torturan a aquellos que ellos digan (sin juicio, por supuesto) que son terroristas. Por cierto, dentro de esa categoría incluyen a los inmigrantes ilegales, que por definición o existencia, vaya usted a saber, son criminales, vagos, maleantes y merecedores de la muerte ignominiosa si eso fuese posible (siempre deseable).

Eluana merece tener la muerte que sus padres desean. Italia no merece tener eso que la dirige. Los católicos deberían tener otros objetivos en sus plegarias.

Sed felices. Nunca cejéis en ese intento.