06 marzo, 2007

Nostalgia

Me llama un viejo amigo (por gracia o desgracia, se empieza ya a confundir viejo de antiguo con viejo de anciano, aysss) de mis infancias cántabras y me propone una tentadora velada junto a unas botellas de vinos y miles de recuerdos como tema de conversación.

Por supuesto que las mozas, los curas, los maestros y las correrías estuvieron en el repertorio, ¡cómo no!, pero donde se detuvieron nuestros tiempos, que no los vasos, fue en el recuerdo de nuestra época futbolera en las playas del Sardinero.

Nada de aquellos tiempos guarda sabor en estas épocas en las que agentes tipo sanguijuela persiguen a los peques, bueno, no, a los padres de los peques, en que los entrenadores se sienten Capellos desaprovechados o en que los padres sienten que tienen cuentas corrientes en las Islas Caimán en lugar de hijos que hacen deporte.

Nosotros nos vestíamos en la misma playa, mejor vestuario imposible, jugábamos descalzos, para qué otra cosa si lo que se pisaba era arena, guardábamos las porterías en los bajos de los chiringuitos (la nuestra era la más bonita, roja y blanca y además la que se instalaba de la forma más sencilla y que además no se desvencijaba con el primer chut que diese en el palo) y al acabar los partidos nos tomábamos coca-colas, chupitos (que no son los de ahora) y bocadillos de rabas en el Chupi (de ahí viene el nombre del chupito).

Nuestros partidos concitaban la atención de no poca gente que rodeaba las líneas del campo, pintadas con un palo sobre la arena, por supuesto, y recibíamos el ánimo, a veces la ira de nuestros fieles seguidores y no sólo de ellos sino de todos los paseantes de aquellas tardes de sábado o domingo por la mañana, siempre dependiendo de la marea (jugábamos en arena mojada, terreno duro y de tacto inigualable).

Aún todavía cuando paseo por la segunda playa del Sardinero, recuerdo un fantástico gol, medio churro, ahora lo confieso, que metí a nuestros odiados enemigos de La Salle y que nos dio el codiciado título, quizás el momento más explosivamente feliz de mi vida.

A la tercera botella de vino (bueno, admito que lo de tercera es por poner un número aproximado) mi amigo y yo decidimos que nuestra infancia tuvo momentos que una Play Station nunca podrá imitar por muy avanzadas que sean sus prestaciones técnicas.

Sede felices, nunca cejeis en ese intento.

Mistery.

2 Comments:

At 9:56 a. m., Anonymous Anónimo said...

Querido Mistery,
Esto no se hace, que una es muy sensible y empática y se queda embelesada y ñoña cuando lee estas cosas tan tiernas...

A mí me ocurre como a tí y a veces siento una dulce añoranza que pienso es consecuencia de que va pasando el tiempo....Ayyyy.

Pero bien pensado ... no es eso, no. Es solamente cuestión de buena memoria, jajajaja.

Besos mil.

 
At 5:00 p. m., Anonymous Anónimo said...

No hay mejor sabor que esos recuerdos.
Y ojalá que aunque sea muy vieja, pueda seguir rememorándolos, como si fuesen ayer.
Con todo cariño. Lo

 

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